Los niños siempre queríamos tener un reloj como los de las personas mayores. Por eso algún avispado industrial del sector juguetero decidió inventarlos. Eran muy baratos y se vendían en los kioskos (en la foto adjunta, un ejemplo). Se parecían a los de verdad, aunque por ser de plástico... ¡no funcionaban! Pero daba igual: qué ilusión nos hacía lucirlos en la muñeca e incluso mirarlos y "decir la hora"! Entrañable, maravillosa, añoradísima infancia.

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