Intentar hacer aquellas pulseras de fino macarrón de plástico era un entretenimiento barato, pero mucho más complicado de lo que parece a simple vista. Los más habilidosos conseguían incrustar en ellas incluso un pequeño dado, por ejemplo. Reconozco que no se me daba nada bien tan complejo asunto: el reto del trenzado correcto superaba mi escasa habilidad manual y mi frágil paciencia. ¿Y a usted, estimado lector de este recuerdo, que tal se le daba?
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